lunes, 26 de marzo de 2012

Cuba y el reino de la hipocresía

Muchos países de la región, incluido el nuestro, no reaccionan ante a la flagrante violación de los derechos humanos en la isla.

Transcurrida ya más de una década del siglo XXI parece inconcebible que el régimen arcaico y autoritario que controla a Cuba pueda seguir avasallando las libertades civiles y políticas de sus ciudadanos.

El experimento del comunismo perduró algo más de 70 años, pero terminó con una implosión, hija de su propio fracaso. Pese a ello, los hermanos Castro siguen aplicando sus recetas, como si nada hubiera pasado, dilapidando -en medio de un asfixiante régimen policial- el capital humano y la felicidad de varias generaciones de cubanos.

Con total hipocresía muchos países de la región -incluido el nuestro, que presume de ser líder en el campo de la defensa de los derechos humanos- han asumido una actitud de pasividad y condonación respecto de la realidad cubana. Sostener que esto es apenas una cuestión interna de Cuba es ofender al pueblo de la isla, privado de los derechos y las libertades centrales a los que tiene derecho toda persona humana. Particularmente, cuando las conductas públicas aberrantes con las que se pisotea la dignidad de la persona humana se repiten constantemente.

El apoyo de algunas personas públicas al régimen de Cuba causa estupor e indignación cuando los Castro tienen de rehenes a sus conciudadanos, oprimidos y sumidos en el atraso. Con carencias enormes en materia de alimentación, vivienda, agua potable, transporte, servicios públicos y hasta vestido. ¿Accederían quienes adulan a los Castro a vivir en un país que no permite a sus habitantes salir de su propio país? ¿Aceptarían vivir con un sueldo promedio de quince mezquinos dólares mensuales? ¿Vivir en un régimen de partido único, sin pluralismo alguno? Sus actitudes no hacen sino prolongar la tragedia de un pueblo largamente postergado que no tiene derecho a la libertad.

Hasta algunas de las organizaciones de derechos humanos miran para otro lado. No hay condenas para las muertes de los balseros. Ni para los prisioneros políticos. Ni para la represión al disenso. Tampoco para los presos muertos en su lucha por la libertad. Es más, cuando el régimen cubano difunde con bombos y platillos la liberación de presos no aclara que en el mismo acto los obligan al destierro.

La mayoría se encuentra en situación difícil, viviendo en España merced a una negociación entre los dos países. Algunos presos se han negado a salir de la cárcel si la condición es el destierro. La letra chica del convenio entre la Iglesia y Castro fue esta condición de destierro para los presos de conciencia que liberaron, en su mayoría encarcelados en la Primavera Negra, de lo que se desprende que no fue perdón, sino simplemente un cambio de castigo.

En el mismo escenario, hasta la propia visita del papa Benedicto XVI sea seguramente sólo la punta de un iceberg. Miles de cubanos parecen rasgarse las vestiduras al interpretar como complacencia del cardenal Ortega la concreción de una visita que algunos entienden que estaría avalando al régimen castrista. Habrá que esperar para constatar que los cubanos no queden defraudados por una Iglesia que, con habilidad, sólo vela por el pueblo de Cuba.

Cuando en 2003 Fidel Castro visitó nuestro país, fue ovacionado por muchos y hasta pudo pronunciar un largo discurso desde el frente de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, cual héroe de la política.

El embargo norteamericano permite a los Castro victimizarse y culpar al país del Norte de todos sus males, aun cuando ellos sean los hijos inevitables de un modelo perverso. Lo cierto es que, como bien dice Mario Vargas Llosa: "El único bloqueo que tiene Cuba es el de Fidel Castro", el amo y señor de todo cuanto hay en Cuba, hasta de las vidas de sus habitantes.

La educación ha sido reemplazada por el adoctrinamiento y, aun así, hay quienes la aplauden, confundidos o hipnotizados. Son los mismos que festejan y se ilusionan con los presuntos cambios o movimientos de apertura de un régimen que no ha cambiado un ápice. Cuando asumió Fidel Castro, Cuba era el tercer país más próspero de la región. Hoy es el penúltimo. Esta es la lamentable y contundente realidad. No otra.


Fuente: La Nación.


    

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