martes, 25 de octubre de 2011

Capturado Raúl Castro en Birán

Los Kadafi tenemos plan A, B y C, aseguraba Saif al-Islam a una televisora turca, cuando en febrero unas pocas ratas terroristas, como llamó a los sublevados, se levantaron para derrocar a su ahora linchado padre.

El plan A consistía en vivir y morir en Libia; el B, vivir y morir en Libia; el C, vivir y morir en Libia.

Los dictadores cubanos Fidel y Raúl Castro deberían reflexionar en serio sobre el destino de los Kadafi. Aunque, como sabemos, no hay peor sordo que el que no quiere oír. Los Castro siguen empeñados en decir que todo lo que ocurre en el resto del mundo acerca de la búsqueda legítima de la democracia y el mejoramiento de los niveles de vida de la población es absolutamente inaplicable a la situación de Cuba, que para ellos se encuentra en otro planeta.

El violento final del rumano Nicolae Ceausescu, el iraquí Saddam Hussein y el libio Moammar Kadafi, entre otros dictadores, así como el ímpetu del movimiento de los indignados en varios países del globo, no inmuta a los hermanos Castro, ni parece decirles nada.

Por el contrario, su régimen afirma que en Cuba ya hubo un movimiento de los indignados en 1959, es decir, en el siglo pasado, interpretación histórica que podríamos aplicar también a los independentistas del siglo XIX que se indignaron contra el colonialismo español.

En efecto, todo eso ocurrió, pero en otra realidad borgiana. Porque, en ese estado de percepción y negación esquizoide en el que viven los Castro, lo que pasa en el mundo no les importa ni les toca ni con el pétalo de una flor.

Siguen ignorando el fenómeno político de mayor trascendencia de los últimos veinte años; esto es, el establecimiento de una agenda global de libertad, que comenzó con la caída del Muro de Berlín en 1989, resurgió en el 2009 con las protestas electorales en Irán y fraguó este año con la primavera árabe en Túnez, Yemen, Egipto y Libia.

Permanece en suspenso la suerte de los regímenes de Bashar al Asad en Siria y Abdelaziz Buteflika en Argelia, amigos ambos de los Castro, así como la de la férrea monarquía de Isa al Jalifa en Bahrein. Sin mencionar los casos africanos o los de aquí, Nicaragua y Venezuela.

Para los Castro, el pueblo cubano es incapaz de indignarse ante la corrupción, la desesperanza y las carencias económicas y de libertades básicas. Por eso también tienen un plan A, un plan B y un plan C.

El plan A es vivir y medrar en Cuba; o sea, vivir y mejorar sus fortunas, aumentando sus bienes y poderes, a costa de la nación cubana. El plan B es vivir y mendigar en Cuba, lo que significa mantener al pueblo como un país limosnero, que vivió primero a cuenta de la Unión Soviética, ahora de Venezuela y siempre de la caridad ajena. El plan C es vivir y matar en Cuba; es decir, eliminar sistemáticamente a todos sus indignados, contrarios y supuestos enemigos, como ocurrió con Orlando Zapata Tamayo y Laura Pollán, haya sido por negligencia o voluntad expresa.

Hay, sin embargo, un error gramatical en estos planes. Medrar, mendigar y matar no pertenecen al mismo campo semántico. El único referente común con aquel proyecto de Saif al Islam Kadafi es morir, ya sea tranquilamente en la cama –como los Castro quisieran– o por la violencia inoculada durante medio siglo de dictadura.

Tengo entendido que Raúl Castro ya tiene listo su mausoleo en Mayarí Arriba, en la Sierra Cristal. Y como Fidel piensa que nunca morirá, tal vez no ha hecho público sus propósitos funerarios.

Ni siquiera el recurso de Saddam Hussein y Moammar Kadafi de refugiarse en Tikrit y Sirte, sus respectivas aldeas de origen, es aplicable a Fidel y Raúl Castro, porque Birán, el poblado natal de los hermanos, no clasifica como base de fieles. Incluso la casa original desapareció en un incendio.

Será probablemente imposible leer un titular como el de este comentario: capturado Raúl Castro en Birán. ¿Será?


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